Fue una noche con una tormenta bien fuerte, muchos rayos y un aire tremendo –según solía contarle su mamá– la del 28 de agosto de 1950, en la que nació Mario Agustín Gaspar Rodríguez, quien a los 11 años aprendió el oficio de manos de su maestro de primaria y hoy, a sus siete décadas de vida, es considerado uno de los más prominentes artesanos de Pátzcuaro y toda la entidad michoacana, merced su trabajo con dos técnicas de origen prehispánico: el maque y las esculturas en pasta de caña de maíz.
Tales atributos le han valido este 2020 el Premio Nacional de Artes y Literatura, en el campo de artes y tradiciones, el máximo reconocimiento que otorga el gobierno de la República Mexicana a sus científicos, intelectuales y artistas, y que él recibe con gratitud y modestia.
“Significa mucho porque es un reconocimiento no tanto a mi persona, sino al trabajo, a la herencia cultural de una hermosa e importante manifestación: la artesanía y, sobre todo, la de Pátzcuaro y Michoacán”, dice el creador en entrevista con La Jornada.
Tales atributos le han valido este 2020 el Premio Nacional de Artes y Literatura, en el campo de artes y tradiciones, el máximo reconocimiento que otorga el gobierno de la República Mexicana a sus científicos, intelectuales y artistas, y que él recibe con gratitud y modestia.
“Significa mucho porque es un reconocimiento no tanto a mi persona, sino al trabajo, a la herencia cultural de una hermosa e importante manifestación: la artesanía y, sobre todo, la de Pátzcuaro y Michoacán”, dice el creador en entrevista con La Jornada.
Proveniente de los lados materno y paterno de una familia de al menos dos generaciones de maestros, incluso refiere que su abuelo fue de los primeros docentes que comenzó a dar clases en la entidad tras la Revolución; Mario Gaspar asume con orgullo su condición de artesano.
Afirma que ese oficio le ha permitido, si no vivir con holgura económica, sí con lo suficiente para sentirse “pleno” por el camino elegido, al que con el paso del tiempo se sumaron, primero, su esposa y luego sus cuatro hijos, con los que ha conformado un taller artesanal familiar en Pátzcuaro.
“He vivido bien de la artesanía, en términos de felicidad, aunque en muchos casos no es bien pagada; hemos sacado la cuenta y ganamos lo mismo en mano de obra que hace 30 o 40 años”, evidencia.
“No es una actividad bien remunerada, por eso entre muchas familias de artesanos los hijos no quieren aprender ni trabajar, porque ven que no se gana bien y se van en busca de fortuna a Estados Unidos. Esa es la causa de que muchas artesanías estén en riesgo; no hay quién suceda a los maestros.”
El artífice recuerda que su mamá quería que se dedicara a la docencia, “pero yo no le tenía paciencia a los niños y seguro que ellos no la tendrían conmigo. Desde la niñez aprendí estas técnicas, fue lo que me entusiasmó más y me dediqué de lleno a este trabajo. Toda mi vida he sido artesano”.
Tener conocimiento de dos técnicas prehispánicas, el maque y la pasta de caña, son para él motivo de satisfacción y alegría. La primera, aprendida de su maestro de primaria, consiste en pintar a mano con tierras y colores de origen animal, vegetal y mineral piezas, sobre todo de madera, como bateas y platos.
La segunda es resultado de una investigación de 20 años, al lado de su colega Alfonso Guido, en la que recuperaron la manera de hacer esculturas con una pasta realizada a partir de la caña del maíz, cuyo origen se remonta a la cultura purépecha, retomada en la etapa Colonial para elaborar imágenes religiosas y que desapareció en el siglo XX, a raíz de la Guerra Cristera.
“Saber esas técnicas me hace sentir muy orgulloso, porque sé que soy poseedor de un conocimiento ancestral; han encontrado piezas de maque con más de 2 mil 500 años. ¡Es fabuloso!”, subraya.
“Aunque algo triste es que en México no hay reconocimiento a la artesanía. El nuestro es de los países del mundo que más variedad artesanal tiene. Es una riqueza cultural muy grande y a lo mejor por eso no se valora; se menosprecia, siendo que la artesanía marca y nos enseña la historia cultural de nuestros pueblos.”
La actividad de Mario Gaspar no quedó indemne de la actual pandemia: “Nos ha afectado mucho; tuvimos que cerrar varios meses y el poco dinero que teníamos nos lo comimos. Ahorita estamos sacando apenas para subsistir e ir comprando de a poquito materia prima para seguir trabajando”.
Entre otros aspectos, es optimista con el rumbo que ha tomado el país en el gobierno del presidente López Obrador; incluso, comenta que hay mucha esperanza de que los artesanos mejoren ahora su vida, pues en los anteriores regímenes eran un sector abandonado.
Para concluir, el maestro hace una petición: “Cada vez que alguien compre o tenga la intención de comprar una artesanía, debe pensar que está salvando a un taller, a una familia de artesanos, y que está contribuyendo a preservar parte de la cultura de un gran pueblo”.
Fuente: La Jornada