En el corazón de Michoacán, una tierra de lagos serenos y montañas imponentes, se levanta la figura histórica de Tangáxoan Tzíntzicha, también conocido por Tangaxoan II, el último Cazonci (gobernante) del Imperio Purépecha. Su nombre, que en purépecha significa “el de los buenos dientes” y “hombre que edifica fortalezas”, encapsula tanto su carácter aguerrido como su habilidad para liderar en tiempos convulsos. Su vida y reinado, marcados por la astucia y la resistencia, dejaron una huella imborrable en la historia de los Purépechas.

Un Imperio en Tiempos de Cambio

Tangáxoan Tzíntzicha asumió el trono en 1521 tras la muerte de su padre, Zuanga, quien sucumbió a una epidemia de viruela. Desde el inicio, se enfrentó a la llegada de los conquistadores españoles liderados por Cristóbal de Olid en 1522. Con una visión clara de las devastadoras consecuencias que podría tener una guerra abierta, Tangáxoan optó por rendirse ante los españoles para proteger a su pueblo. Esta decisión estratégica permitió preservar a los Purépechas de una destrucción similar a la sufrida por los mexicas en Tenochtitlán.

Detalle de la «Relación de Michoacán»

Diplomacia, Resistencia y Traición

Aunque Tangáxoan acordó tributos y reconoció la autoridad española, nunca reveló completamente las riquezas de su imperio. Con astucia, organizó ceremonias donde vestía a los invasores como dioses, entregándoles tributos y honores, pero siempre manteniendo parte de sus recursos ocultos. Este equilibrio entre sumisión y resistencia permitió cierta autonomía dentro del nuevo orden colonial.

Sin embargo, en 1529, la ambición desmedida de Nuño de Guzmán, presidente de la Audiencia de México, llevó a la traición. Guzmán acusó a Tangáxoan de rebelión, ocultar oro y practicar su religión en secreto. Tras un juicio amañado, Tangáxoan fue condenado a una muerte cruel: arrastrado por un caballo, estrangulado y finalmente quemado en la hoguera el 14 de febrero de 1530. Sus cenizas, arrojadas al Río Lerma, intentaron borrar su memoria, pero solo avivaron la leyenda.

Detalle de mural de Roberto Cueva en el CREFAL (Quinta Eréndira)

Rebelión y Continuidad

La muerte de Tangáxoan desató una serie de rebeliones en la región, lideradas por figuras como su hija Eréndira, quien se convirtió en un símbolo de la resistencia purépecha. Montada a caballo y armada con el valor heredado de su padre, Eréndira luchó por su pueblo, arrebatando armas a los españoles y manteniendo viva la llama de la rebeldía.

Después de Tangáxoan, sus hijos Antonio Huitziméngari y Francisco Tariácuri asumieron roles de liderazgo bajo el yugo colonial, intentando preservar la cultura y la autonomía purépecha en la medida de lo posible. El oidor real Vasco de Quiroga, conocido por sus esfuerzos humanitarios, también jugó un papel crucial en la restauración y reorganización del territorio michoacano, promoviendo un modelo de comunidades autosuficientes que reflejaban las tradiciones indígenas.

Más que un final, un principio

Hoy, Tangáxoan Tzíntzicha es recordado no como un vencido, sino como un estratega que enfrentó lo imposible. Su historia, entre la diplomacia y la tragedia, es un recordatorio de que la conquista no solo fue guerra, sino también una lucha continua por la dignidad y la supervivencia cultural. En los lagos y montañas de Michoacán, la memoria de Tangáxoan sigue viva, inspirando a nuevas generaciones a edificar sus propias fortalezas de esperanza y resistencia.

Monumento a Tangáxoan en Pátzcuaro

La estatua que vigila Pátzcuaro y la conmemoración anual de su sacrificio cada 14 de febrero son testimonio de un legado que, lejos de desaparecer, ha cimentado la identidad y el orgullo de un pueblo. Tangáxoan Tzíntzicha no solo fue el último Cazonci; fue, y sigue siendo, un símbolo eterno de la dignidad purépecha.

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