El lugar donde estamos

Michoacán se ubica en el occidente del país; es un estado que por su geografía y medio ambiente natural presenta una gran diversidad de paisajes y climas. Colinda al este con los estados de México y Guerrero; al noreste, con Querétaro y Guanajuato; al oeste con Colima y Jalisco y, al sur, con Guerrero y el Océano Pacífico. Lo atraviesa el Eje Volcánico Transversal, por lo que su topografía es variada y muestra bellos panoramas serranos, verdes llanuras, cálidas costas y abundantes ríos y lagos. Su historia y cultura se conjugan para dar marco a un interesante recorrido.

 Antes de la ocupación española, las tierras michoacanas estuvieron habitadas por un importante grupo étnico y lingüístico: los p’urhepechas, que en lengua mexica eran llamados “michoaques” y a la tierra por ellos habitada Michoacán, palabra que se traduce como “lugar donde abunda el pescado”. Los cronistas de los primeros tiempos coloniales se refieren a los michoaques como “tarascos”; pero los actuales pobladores de las regiones donde se asentaron los antiguos habitantes del estado se autodenominan como “p’urhepechas”.

 De su origen poco sabemos, sólo lo referido por la Relación de Michoacán, en la que se comenta que era un grupo de chichimecas llamados por ellos mismos “Uacúsechas”, quienes arribaron a Michoacán dirigidos por el señor Hiretiticáteme.

 Tras un largo peregrinar, primero se asentaron en un lugar cercano a Zacapu y, más tarde, se establecieron en las proximidades de Santa Fe de la Laguna. Taríacuri, uno de los principales gobernantes, logró consolidar el señorío en Tzintzuntzan, lugar donde se localiza uno de los centros ceremoniales más importes de los p’urhepechas, en donde sobresalen las “yácatas”, que eran los templos o “cúes” de nuestros antepasados.

 El imperio p’urhepecha se distinguió por ser un pueblo guerrero al que los mexicas nunca pudieron conquistar; célebre fue la derrota inflingida por los michoacanos a los aztecas comandados por Axayácatl, en la fronteriza Taximaroa, hoy Ciudad Hidalgo.

A la llegada de los españoles, los michoacanos se sometieron pacíficamente, por lo que la conquista en Michoacán fue fundamentalmente espiritual.

 Sin embargo, con el establecimiento de la Primera Audiencia, Nuño de Guzmán, su presidente, emprendió contra los p’urhepechas una guerra cruel, con lo cual se despoblaron los populosos pueblos habitados. La pacificación fue lograda por los evangelizadores franciscanos y por Vasco de Quiroga, Oidor de la Segunda Audiencia, quien arribó al estado en 1533, y más tarde, ya como Obispo -el primero que tuvo la entidad- emprendió a fondo la conquista espiritual de la región y combatió los abusos de los encomenderos españoles.

De esta conquista espiritual resultó un rico sincretismo religioso, siendo una de sus muestras la conmemoración de Muertos, que aún en nuestros días se efectúa en algunos lugares de la región lacustre como Janitzio, Ihuatzio, Tzurumútaro, Tzintzuntzan y Jarácuaro, así como en algunas comunidades de la Meseta P’urhepecha.